Sopa portuguesa de pescado
El bar era uno de tantos que consiguen un ambiente lúgubre y oscuro a pesar de (o gracias a) estar demasiado iluminados. Estaba a punto de cerrar y su dueño, un calvorota de unos sesenta años y rostro afable se disponía a cenar una sopa de pescado junto a su lugarteniente, una chica jóven, morena y de mirada triste. Yo andaba sediento y hambriento y Katrin era la única que tenía las llaves y no respondía a mis llamadas así que necesitaba un sitio donde caerme muerto mientras daba señales de vida. Me senté a su lado y les pregunté si podía tomar un plato de ese mismo caldo y un vinito que me hiciese entrar en calor.
Yo andaba leyendo de nuevo la novela “J´irai tomber sur vos crachats”, de Voris Bian, y cuando me sirvieron el vino, recordé la escena horripilante en que el mulato, colérico, mata a la blanquita de buena familia y rancio abolengo, desangrándola de un mordisco en la vagina. Cuando la chica de mirada triste me dijo silvuplé y yo le dije obrigado casi me ahogo con el tinto del douro.En ese momento lo imaginé como fruto de una automutilación en la cocina. Desde que tomaba antihistamínicos para mi alergia, no hacía más que tener pensamientos escabrosos y la imaginación a toda pastilla dejando posos mugrientos en mi mente, en cada esquina de mi cerebro.
Katrin se asustaba cuando le contaba que veía la silhueta de niños sentados al pie de la cama y gente corriendo por la habitación, pero qué quería que yo hiciese. Me preguntaba porqué tenía esa cara de asombro, y yo le respondía la pura verdad, que no estaba acostumbrado a ver sombras a mi alrededor. Claro, ella me decía que había visto muchas pelis, entre otras esa tan cutre de Bruce Willis en la que era un fantasma y trataba con una especie de niño medium. Pero yo no decía en ningún momento que se tratase de muertos.
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