GP: ¿El brunch? ¿Qué coño es eso?
CM: Pues no sé, es… levantarse a la hora que te sale de la brenca, hacer una comida que no es ni un desayuno ni una comida propiamente dicha, salada, con fruta cortada en trozos extraños y en plan fashion victim, comentar que con el buen tiempo que hace es absurdo entrar a visitar búnkeres de la segunda Guerra Mundial, y luego, si a la camarera le queda mejor el pelo suelto o recogido.
GP: mmm, le veo venir. Ahora me dirá que lo de ir a Berlín le gusta fundamentalmente por… ¿sus mujeres?
CM: ¿Por quién me toma, amigo? Yo ya le dije en cierta ocasión, querido Günther, que a mi la etnia me parece un asunto menor, una pamplina. El hecho de que me guste una tortilla de patata, ¿quiere decir que me gustarán todas las tortillas de patata que me sirvan en cualquier bar?
GP: ¡¡¡Siiiii!!! ¡¡¡Tortilla, tortilla, tortilla!!!
CM: ¡Ay! Mein liebe, se nota que no ha probado usted las tortillas que hacían los orgasmus españoles en Holanda, los martes, convencidos de que los guiris no podían vivir sin ellas. Allí es donde comprendí el dicho español aquel de “los experimentos, en casa y con gaseosa”. Una tortilla de patatas mal hecha, puede llegar a ser una cena más fea que pegarle a un padre. En cambio, unas judías verdes con patata cocida y zanahorias, con su aceitito, su pimentón y su qué sé yo, aunque le llamen mucho menos la atención a simple vista, pueden llegar a estar para chuparse los dedos.
GP: Bueno, bueno, sea. Pero se me está yendo usted por los cerros de Úbeda. A ver, dígame: si le ponen a elegir, así a bote pronto, qué prefiere, ¿cuatro berlinesas, o cuatro griegas? ¿Eh?
CM: Günther, no sea demagogo, por favor. Mire, en todo caso, a mi lo que me gustan son las gringas. Si, ya sabe. Esas chicas descerebradas que salen en la tele anunciando aparatos de gimnasia, que no pierden su sonrisa absurda mientras ejercitan sus abdominales.
GP: Pero se comenta que usted se quedó prendado de…
CM: ¿Podemos pasar a otro tema? Me está empezando a agotar, Günther.
GP: Está bien, “1989, la caída del muro, el fin de la historia, Francis Fukuyama”.
CM: Igual en realidad 1989 es el PRINCIPIO de la historia. Llámelo post-historia si quiere…pero es historia al fin y al cabo ¿o es que acaso nos hemos muerto todos en el largo plazo, como predecía Keynes?. Hay gente a la que le gusta hinchar las pelotas de los demás y encima le pagan por ello. ¿Cómo puede un tipo llamarse Francis Fukuyama y dormir por las noches? Nunca escuché un nombre tan estúpido. ¿Sabe lo que le digo? Esta discusión del fin de la historia, del capitalismo liberal como supuesto estadio supremo de la civilización y bla, bla, bla, me parece un coñazo. Está claro que hay ciertos regímenes políticos indefendibles. Existen actualmente cuatro grandes modelos de civilización en juego, luchando por erigirse en estandarte del progreso humano. Y entre esos cuatro modelos, dos son la mitad.
GP: Ahmm, si, claro. Pero me temo que está usted plagiando a Les Luthiers.
CM: Existe una delgada línea pringosa que separa el homenaje del plagio: esa línea se llama fibra moral. No lo olvide nunca, Günther.
GP: ¿Fibra moral? ¡No me hables de la fibra moral, chico! ¡Yo inventé la fibra moral!
¿Es cierto que cuando llega usted a Berlín le entran ganas de hincharse a comer salchichas y beber litros de cerveza?
CM: Pues si, si. Es uno de los síndromes, en mi caso. La cerveza alemana, como un todo, pues qué le voy a decir, no llega a la altura de la cerveza belga. Pero la verdad es que aún así aquí hay cervezas morrocotudas. Y me gusta que la unidad de medida en los bares sea el medio litro, y no la caña madrileña, que no da ni para enjuagarse la boca. A veces pienso que si la gente es grandota por aquí, es para ir a juego con las avenidas, los techos altos y las botellas enormes de cerveza.
GP: Mmm es una teoría interesante. Yo siempre pensé que las cosas se hacían grandes para adaptarse al tamaño de las personas.
CM: Es otro punto de vista. Respetable, no le digo que no.
GP: Bueno ¿y las salchichas? No sea tímido, háblenos de las salchichas, Croc.
CM: Günther, que nos conocemos. Si se refiere a las insinuaciones que me hicieron ciertos hombres en el Rote Salon, me voy a ir. Ya vale con el tema.
GP: No, no iba con mala intención, Herr Croc. Me refiero a las salchichas, a las Würtsche.
CM: mmm si, bueno. Todo empezó cuando tenía dos o tres años. Mi madre me preguntaba qué quería cenar y yo le contestaba “titátis”, que era la manera de nombrar a las salchichas en mi protocastesháno personal.
GP: Entiendo, pero y qué carajo…
CM: Le estoy explicando que los orígenes de mi salchichofilia se remontan al orígen de (mis) tiempos. Cada vez que vengo a este país, pues me entra de nuevo esa pasión por las salchicas. Las salchichas, entre otras cosas, son una manera muy ecológica de tomar carne. Y lo ecológico, entre los bárbaros, está de moda. Qué hay de más respetuoso con la naturaleza que apurar hasta la víscera el fruto proteínico de sus hijos que corren por el campo, de amarlos con los dientes hasta el final, hasta el último entresijo. Es la ley natural aplicada hasta sus últimas consecuencias, y yo siento que Baloo va a aparecer de un momento a otro para sentarse a mi lado con una Berliner, recordándome los valores selváticos. “Sólo matarás a aquel animal que vayas a comer”.
Esa es una de las injusticias últimas y el absurdo fatal de las guerras humanas. Salvando algunos pocos casos, como aquellas tribus de la Polinesia que se comían el cerebro de sus seres queridos, de ciertos pueblos precolombinos en periodo de sequía, o de los ucranianos durante la hambruna de los años treinta, los humanos solían morir y matar sin siquiera degustarse los unos a los otros. Los únicos beneficiarios gastronómicos de la barbarie son pequeños invertebrados y bacterias, que esperan al acecho como pequeñas hienas y buitres microscópicos. Y así, caemos a palo seco, como un
steak tartare. Decía Manuel Vázquez Montalbán que la cocina era una metáfora de la cultura. Un vehículo para disfrazar el asesinato mediante la sofisticación de las salsas y el cariño que el cocinero pone en
sus creaciones, haciendo digerible para los estómagos y corazones de los bienpensantes la cosecha incesante de vidas de plantas y animales, la brutalidad y la muerte que encierra siempre el acto de la nutrición. (…)
GP: Uff, Croc., vamos a tomar una caña, quiero decir, una pinta. Conozco un sitio aquí en Kreuzberg donde pinchan tecno minimal.
CM: tecnoqué?
Carlos, Eva, Biebke, Ana, Rodrigo, Luismi: gracias por los momentos pasados juntos estos días.
; )
J. Flash, Herr MIT: se os echó de menos. ¡Y gracias por la postal!
Guingu…Zwei mal Capuchino. Ich liebe dich!! Y saluda al Doctor Peterson de mi parte...
1 Comments:
Tan bueno como extraño este reportaje futurista de Gunther Plüschow, pero ya nada de él me sorprende. Cordiales saludos desde buenos aires. Roberto Litvachkes
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