Friday, August 31, 2007

La primera comunión y el primer Marte en el mar


Cuando tenía siete años, mi madre me preguntó si quería hacer la primera comunión. Yo le contesté que catequesis ni por putas: ¿cómo iba a querer quedarme (voluntariamente) en el colegio por las tardes, con la rancia de la profesora de religión, a que nos hablara de Abraham y compañía cuando me podía ir con mis amigos del bloque al parque, a hacer carreras de chapas –que no tiene absolutamente nada que ver con hacer carrera como chapero en el parque , Gunther, que te veo venir.


Además, puestos a escuchar historias antiguas, a mi las que me gustaban eran las de romanos, vikingos y en general todo lo que tuviese que ver con espadas y castillos, pero no poblados por princesas, sino por estrategas, filósofos (?) y guerreros. Claro que de historias de romanos, en un cierto sentido uno andaba servido en la catequesis. Pero a mi lo que me atraía era la Historia con H mayúscula, más que las parábolas. Eso de los panes que se multiplicaban, las ostias en la mejilla izquierda y el “a mi me daban dos”, me dejaban fascinado, pero ya tenía suficiente con escucharlo por las mañanas en el horario escolar (legal) correspondiente.

En el parque, decorábamos las chapas con caras de ciclistas, recortadas de los cromos de ciclistas de aquel... album de ciclistas. En realidad nunca me interesó el ciclismo, pero el careto de Perico Delgado y otras glorias le daban al metal un toque genial. Cuando uno empujaba la chapa con el dedo, sabía realmente que hacía avanzar algo más que una tartaleta metálica con la cara de cartón de un desgraciao deshidratao.



A los once años, sentí que era cristiano: le comenté a mi madre que quería apuntarme a la catequesis, con mi hermana pequeña. Pequeña y grande, muy grande, porque hermana no hay más que una. Aún así escuché con atención al profesor: somos todos hermanos, etc.

A la comunión vinieron mi abuela y mi tía. Nos regalaron un reloj de colores y una maquinita de bolsillo.


Para Freud, el reloj sería un símbolo fálico, una lámina de un falo seccionado con dos agujas sadomasoquistas que señalaban el final de la fase pagana-anal. Jodorowski diría que se trataba de símbolos oníricos que representaban lo que me aportaba la comunión: una nueva brújula y un mecanismo de evasión de la realidad, todo en uno. A mi, simplemente, me pareció un reloj bonito y una maquinita divertida, y le di un abrazo a mi abuela y mi tía.

El tercer y último regalo que recibimos fue el de mi madre. Imbuído como estaba del misticismo espartano del momento, me pareció el regalo más adecuado para celebrar un acto que para mi era algo íntimo e intenso: nos prometió que iba a dejar de fumar.

Afortunadamente, los familiares fueron pues pocos y comedidos, ahorrándonos todos que se armase la de Dios es Cristo.
Si: si hubieran sido muchos, y me hubiesen regalado la típica bicicleta de montaña, cincuenta mil de las antiguas pesetas, etc, etc, me habría entrado un arrebato, los habría expulsado a todos del templo… ¡era mi jodida primera comunión, no un evento comercial para atiborrarme de placeres y regalos materiales!. ¡¡Iba a recibir a Jesús, perversos y corruptos mercaderes de espiritualidades infantiles!!




Lola me dijo que el día 27, el planeta Marte se vería casi tan grande como la Luna.
Yo ví una luz rojiza e intensa y claro, pensé que se trataba del planeta. Pero tú me dijiste que era un avión que se desviaba para aterrizar en El Prat.


No vimos a Marte en todo su esplendor, así que esperaremos juntos miles de años hasta que vuelva a aparecer gigante. O cogeremos un telescopio para verlo más de cerca. Y lo veremos los dos dentro de ti, dentro del mar.

Thursday, August 23, 2007

Berlín (IV)








Entrevista a Croc., de Gunther Plüschow, Postdamer Platz, 20 de agosto.

Gunther Plüschow: Y dígame Croc., usted… ¿está obsesionado con Berlín, o qué?


Croc. M.: No, no lo creo. Sólo vengo aquí en vacaciones, a ver a los amigos. Cuando los alemanes hacen su Blitzkrieg estival y se van a torrarse a Mallorca, o a Torremolinos, yo me vengo aquí que es donde se está bien en verano. Además, Berlín es una realidad como el Universo y la estupidez humana: no tiene fin conocido y está en contínua expansión. También es una cuestión de reequilibrio de la rúbrica “turismo” en la balanza de pagos alemana, supongo. Un reflejo inconsciente de alguien obligado a tragarse las páginas color sepia a diario.


GP: Ahm, bueno en lo que a mi respecta, como alemán, yo prefiero la Patagonia a Torremolinos. Pero entiendo, entiendo a qué se refiere. Y dígame… ¿volverá a Berlín?


CM: Si, claro, cómo no. De entrada, me he quedado con ganas de visitar los búnkeres subterráneos y el correo neumático. Cosas que tiene levantarse toda la semana a la hora del brunch.






Es tut mir leid, las visitas guiadas al Berlín underground terminan a las 16h. Vuelvan mañana.



GP: ¿El brunch? ¿Qué coño es eso?
CM: Pues no sé, es… levantarse a la hora que te sale de la brenca, hacer una comida que no es ni un desayuno ni una comida propiamente dicha, salada, con fruta cortada en trozos extraños y en plan fashion victim, comentar que con el buen tiempo que hace es absurdo entrar a visitar búnkeres de la segunda Guerra Mundial, y luego, si a la camarera le queda mejor el pelo suelto o recogido.
GP: mmm, le veo venir. Ahora me dirá que lo de ir a Berlín le gusta fundamentalmente por… ¿sus mujeres?


CM: ¿Por quién me toma, amigo? Yo ya le dije en cierta ocasión, querido Günther, que a mi la etnia me parece un asunto menor, una pamplina. El hecho de que me guste una tortilla de patata, ¿quiere decir que me gustarán todas las tortillas de patata que me sirvan en cualquier bar?


GP: ¡¡¡Siiiii!!! ¡¡¡Tortilla, tortilla, tortilla!!!


CM: ¡Ay! Mein liebe, se nota que no ha probado usted las tortillas que hacían los orgasmus españoles en Holanda, los martes, convencidos de que los guiris no podían vivir sin ellas. Allí es donde comprendí el dicho español aquel de “los experimentos, en casa y con gaseosa”. Una tortilla de patatas mal hecha, puede llegar a ser una cena más fea que pegarle a un padre. En cambio, unas judías verdes con patata cocida y zanahorias, con su aceitito, su pimentón y su qué sé yo, aunque le llamen mucho menos la atención a simple vista, pueden llegar a estar para chuparse los dedos.


GP: Bueno, bueno, sea. Pero se me está yendo usted por los cerros de Úbeda. A ver, dígame: si le ponen a elegir, así a bote pronto, qué prefiere, ¿cuatro berlinesas, o cuatro griegas? ¿Eh?


CM: Günther, no sea demagogo, por favor. Mire, en todo caso, a mi lo que me gustan son las gringas. Si, ya sabe. Esas chicas descerebradas que salen en la tele anunciando aparatos de gimnasia, que no pierden su sonrisa absurda mientras ejercitan sus abdominales.


GP: Pero se comenta que usted se quedó prendado de…


CM: ¿Podemos pasar a otro tema? Me está empezando a agotar, Günther.

GP: Está bien, “1989, la caída del muro, el fin de la historia, Francis Fukuyama”.

CM: Igual en realidad 1989 es el PRINCIPIO de la historia. Llámelo post-historia si quiere…pero es historia al fin y al cabo ¿o es que acaso nos hemos muerto todos en el largo plazo, como predecía Keynes?. Hay gente a la que le gusta hinchar las pelotas de los demás y encima le pagan por ello. ¿Cómo puede un tipo llamarse Francis Fukuyama y dormir por las noches? Nunca escuché un nombre tan estúpido. ¿Sabe lo que le digo? Esta discusión del fin de la historia, del capitalismo liberal como supuesto estadio supremo de la civilización y bla, bla, bla, me parece un coñazo. Está claro que hay ciertos regímenes políticos indefendibles. Existen actualmente cuatro grandes modelos de civilización en juego, luchando por erigirse en estandarte del progreso humano. Y entre esos cuatro modelos, dos son la mitad.

GP: Ahmm, si, claro. Pero me temo que está usted plagiando a Les Luthiers.

CM: Existe una delgada línea pringosa que separa el homenaje del plagio: esa línea se llama fibra moral. No lo olvide nunca, Günther.


GP: ¿Fibra moral? ¡No me hables de la fibra moral, chico! ¡Yo inventé la fibra moral!

¿Es cierto que cuando llega usted a Berlín le entran ganas de hincharse a comer salchichas y beber litros de cerveza?

CM: Pues si, si. Es uno de los síndromes, en mi caso. La cerveza alemana, como un todo, pues qué le voy a decir, no llega a la altura de la cerveza belga. Pero la verdad es que aún así aquí hay cervezas morrocotudas. Y me gusta que la unidad de medida en los bares sea el medio litro, y no la caña madrileña, que no da ni para enjuagarse la boca. A veces pienso que si la gente es grandota por aquí, es para ir a juego con las avenidas, los techos altos y las botellas enormes de cerveza.

GP: Mmm es una teoría interesante. Yo siempre pensé que las cosas se hacían grandes para adaptarse al tamaño de las personas.

CM: Es otro punto de vista. Respetable, no le digo que no.

GP: Bueno ¿y las salchichas? No sea tímido, háblenos de las salchichas, Croc.

CM: Günther, que nos conocemos. Si se refiere a las insinuaciones que me hicieron ciertos hombres en el Rote Salon, me voy a ir. Ya vale con el tema.

GP: No, no iba con mala intención, Herr Croc. Me refiero a las salchichas, a las Würtsche.

CM: mmm si, bueno. Todo empezó cuando tenía dos o tres años. Mi madre me preguntaba qué quería cenar y yo le contestaba “titátis”, que era la manera de nombrar a las salchichas en mi protocastesháno personal.

GP: Entiendo, pero y qué carajo…

CM: Le estoy explicando que los orígenes de mi salchichofilia se remontan al orígen de (mis) tiempos. Cada vez que vengo a este país, pues me entra de nuevo esa pasión por las salchicas. Las salchichas, entre otras cosas, son una manera muy ecológica de tomar carne. Y lo ecológico, entre los bárbaros, está de moda. Qué hay de más respetuoso con la naturaleza que apurar hasta la víscera el fruto proteínico de sus hijos que corren por el campo, de amarlos con los dientes hasta el final, hasta el último entresijo. Es la ley natural aplicada hasta sus últimas consecuencias, y yo siento que Baloo va a aparecer de un momento a otro para sentarse a mi lado con una Berliner, recordándome los valores selváticos. “Sólo matarás a aquel animal que vayas a comer”.

Esa es una de las injusticias últimas y el absurdo fatal de las guerras humanas. Salvando algunos pocos casos, como aquellas tribus de la Polinesia que se comían el cerebro de sus seres queridos, de ciertos pueblos precolombinos en periodo de sequía, o de los ucranianos durante la hambruna de los años treinta, los humanos solían morir y matar sin siquiera degustarse los unos a los otros. Los únicos beneficiarios gastronómicos de la barbarie son pequeños invertebrados y bacterias, que esperan al acecho como pequeñas hienas y buitres microscópicos. Y así, caemos a palo seco, como un steak tartare. Decía Manuel Vázquez Montalbán que la cocina era una metáfora de la cultura. Un vehículo para disfrazar el asesinato mediante la sofisticación de las salsas y el cariño que el cocinero pone en sus creaciones, haciendo digerible para los estómagos y corazones de los bienpensantes la cosecha incesante de vidas de plantas y animales, la brutalidad y la muerte que encierra siempre el acto de la nutrición. (…)

GP: Uff, Croc., vamos a tomar una caña, quiero decir, una pinta. Conozco un sitio aquí en Kreuzberg donde pinchan tecno minimal.

CM: tecnoqué?




Carlos, Eva, Biebke, Ana, Rodrigo, Luismi: gracias por los momentos pasados juntos estos días.

; )

J. Flash, Herr MIT: se os echó de menos. ¡Y gracias por la postal!



Guingu…Zwei mal Capuchino. Ich liebe dich!! Y saluda al Doctor Peterson de mi parte...

Monday, August 06, 2007

Fermeture pour vacances



Os dejo con una canción de Stuck in the sound, el grupo en el que toca la batería F., un tipo muy majete que conocí el otro día. El apéro en casa de P. (apéro es la expresión fina y cursi con la que los gabachos le llaman al ponerse finos) me volvió a dar una agradable sorpresa. Si, al final va a resultar que en París, hay hasta gente simpática... También fue una suerte que la amiga de P. no se trajera su perro violador, que no dejó de restregarse en mi pierna la última vez.

¡Buen verano, nenes!

Wednesday, August 01, 2007

Construcción. Destrucción.

Quizá porque yo no tuve el placer de recibir la nueva asignatura sozialista de educación para la ciudadanía, tengo el prejuicio de que descendemos de los monos, o monínidos, en todo caso.
A pesar de ello, creo que es conveniente ir vestido por la calle. Así que ayer me fui de rebajas. Qué lamentable. Terminé comprando ropa para mi hermana. No me extraña que luego me digan algunos que tengo un alter ego homosexual. Eso de ir a buscar ropa de verano y encontrar sólamente accesorios divinos para los demás es como muy chuequil.
“Chuscas, ese gersey le iría de miedo a A. Hakim.” O “mira, esos calzoncillos adolphe domingué parecen diseñados para Omar”… “mmm, bonita camisa, pero no quiero plagiar a guingu…”

(por cierto, ¿qué fue de A. Hakim? ¿sigue en barcelona?).

Sea como fuere, el caso es que al salir del curro, decidí darme un voltio y pasar primero por Yanselí para ver si encontraba algo que me permitiera no asarme, en caso de que el verano llegue por aquí de verdad un día de estos. “Yanselí” es como bautizaron el otro día unas turistas japonesas a la avenida que baja desde el Arco del Triunfo a la Concordia (uauuh, “del triunfo a la concordia”, parece un manual de Gregorio Peces Barba). Unas turistas que andaban un poco perdidas, casi tanto como yo en un principio cuando me preguntaron y empezaron a dar saltitos de un lado para otro cantando “ooooh Yanselíiiiii, ooohh Yanselíiiii”.

Al pasar al lado del centro cultural rrrussso, me di cuenta de una triste realidad: ya me cuesta trabajo hasta leer el cirílico. No, no soy tan snob. No me refiero a leer entendiendo el significado. Me refiero a pronunciar las letras correctamente. Es triste dedicarle cuatro meses de tu vida a un idioma y conocer prácticamente lo mismo que antes de empezar: tovarich, dobri nochi, nasdrovia, telebiser, interniet, pomodori, gazieta.

Pero luego tuve un subidón metafísico al ver estos letreros:





“Permiso de construcción/ Permiso de demolición.”

Todo junto.

No pidas permiso.





Construye.


Destruye.


Eres libre.

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